“Con silencio, oración y mucha locura por
dentro, se espera muy bien la llegada… y todo llegará”. Don Avelino Toledano,
tras veinte años largos al frente de la parroquia del Hermano San Rafael, en el
barrio burgalés de Vista Alegre (G-3), conoce muy bien estas palabras del
titular de su comunidad. Sin embargo, y pese a la devoción que le profesa,
poner en marcha este proyecto exigió hablar alto y claro y mover muchos hilos.
Finalmente, eso sí, todo llegó.
Don Avelino nos recibe en su despacho, amplio y
luminoso, dentro del complejo parroquial. Frente a su mesa, en la pared, una
filigrana de hierro dibuja la silueta de san Rafael Arnaiz en hábito de
trapense, orando arrodillado a los pies de la Cruz. «No se entiende a Rafael sin la Cruz », comenta el sacerdote.
Una vieja fotografía en blanco y negro nos muestra al párroco en su antiguo
despacho en la parroquia de Nuestra Señora de las Nieves, correspondiente a la
vecina barriada Illera. El crecimiento del G-3 a mediados de los años 90
como barrio moderno para familias jóvenes exigió también una renovación en lo
que a asistencia espiritual se refiere. La Iglesia necesitaba modernizarse y rejuvenecer
para atender a la emergente feligresía. La advocación de la nueva parroquia no
fue menos: un –por aquel entonces- beato burgalés contemporáneo, arquitecto
veinteañero reconvertido en monje cisterciense en San Isidoro de Dueñas (La Trapa ), cuyos escritos
transpiran un humor agudo y una mística sencilla y directa, pero profunda.
Todo empezó cuando, allá por 1994, el arzobispo
Santiago Martínez Acebes recibió del Ayuntamiento un solar de uso rotacional en
la calle Condesa Mencía para la edificación del nuevo complejo parroquial y
encomendó a don Avelino el no desdeñable reto de asumir el liderazgo espiritual
del creciente vecindario. El anuncio de su nueva misión le fue transmitido el
24 de junio, festividad de san Juan Bautista, que durante esos primeros años
fue una suerte de patrono provisional del barrio. Tras mucho consultar con la
almohada, el sacerdote aceptó y empezó a buscar los medios materiales para
sacar adelante el proyecto: constructores, arquitectos, aparejadores…, en
resumen, todo el personal necesario para el diseño y la construcción. Se hizo
cargo de los planos Leopoldo Arnaiz Eguren, sobrino del hermano Rafael. El 27
de septiembre, don Avelino tomaba posesión de la parroquia y esas Navidades el
solar –prácticamente un cúmulo de escombros- se sacralizaba con un pintoresco
belén urbano hecho a partir de bidones pintados, colocándose la primera piedra
el 20 de diciembre. El propio don Avelino fue quien solicitó al arzobispo la
advocación del hermano Rafael, descubriendo entonces que don Santiago también
era un gran devoto del beato, por lo que la aprobación fue inmediata.
Fachada principal de la parroquia del Hermano San Rafael. |
Dos años largos tardó en levantarse el edificio, durante los cuales la misa dominical y catequesis se impartieron en la capilla del cercano colegio María Madre. El 27 de abril de 1997, festividad del hermano Rafael, el nuevo templo fue consagrado en una solemne ceremonia. Culminaba así un proceso nada fácil en que las trabas burocráticas y de realización llegaron a pintar un panorama muy negro en ocasiones; don Avelino tuvo que poner en práctica la virtud de la paciencia y el saber esperar que predicaba su admirado san Rafael. La superación de los problemas vino de la mano del constante apoyo moral y económico de los feligreses «y de la ayuda de Jesús, María y Rafael», comenta el párroco.
Entramos en la iglesia. Precisamente, las
imágenes de Jesucristo, la
Virgen María y san Rafael son las únicas que reciben culto en
su interior; quizás don Avelino paga así sus deudas con ellos. La iglesia es el
eje del complejo parroquial, una enorme y diáfana sala cuya forma reproduce una
concha de ostra. Está concebida de tal forma que todas las miradas se dirijan
al gran sagrario dorado que, tras el altar, preside el presbiterio desde un
retablo de madera oscura tallado expresamente para cobijarlo y realzarlo. Las
paredes confluyen hacia el sagrario, los bancos están orientados hacia él,
incluso la baja altura del sotacoro hace que, al entrar, sea el único foco de
atención. Este sagrario no carece de valor artístico: de un Barroco ya tardío,
muestra un relieve de Jesús Resucitado en su puerta y dos pequeños nichos
laterales con las estatuillas de bulto redondo de san Pedro y san Pablo, tan
populares en Burgos por celebrarse las fiestas patronales en su honor. A ambos
lados del retablo del sagrario, recargados doseles neogóticos acogen a una
renacentista Virgen de sonrojadas mejillas acunando al Niño Jesús y la imagen
contemporánea de san Rafael, tallada para este lugar hace unos años. Don
Avelino nos llama la atención sobre esta última escultura: «Parece que, según
desde qué lado la mires, tiene una expresión u otra: desde aquí está muy
concentrado, pero desde allá se le escapa una sonrisa pícara…». Como el famoso
San Bruno de la cartuja de Miraflores, el Hermano Rafael también esconde
sorpresas para quien se detiene a contemplarlo. En el centro del presbiterio,
la mesa de altar custodia, protegido por un cristal, el cofre que contiene la
reliquia del santo que se da a besar a los fieles cada año el 27 de abril. Y
sobre todo el conjunto, en el techo, crucificado en el mismo tragaluz que
ilumina el altar, una curiosa imagen horizontal de Jesucristo con la cabeza
levantada para mirar a los fieles en sus bancos. La sangre esculpida de sus
llagas, siguiendo la ley de la gravedad, gotea verticalmente hacia el altar.
Simbolismo, desde luego, no falta.
El resto de la iglesia es una vasta extensión de
ladrillo sin decoración ninguna. O eso nos parece hasta que nos fijamos en los
alargados ventanales, de la misma altura que la pared, y en sus coloridas
vidrieras. «Rafael está en todo. Todas las vidrieras están inspiradas en su
obra», nos señala don Avelino. En algunas reconocemos motivos iconográficos
recurrentes en el arte religioso, como un Pantócrator pseudorrománico, pero
otras requieren un conocimiento más profundo de la mística de Rafael Arnaiz
para descifrarlas. Particularmente bonita es aquella que muestra a un pequeño
monje proyectando la sombra de una cruz en un espectacular paisaje montañoso.
Rafael y su cruz. «Rafael vivía muy feliz en La Trapa , pero su grave
diabetes le obligaba a salir del monasterio para tratarse y curarse». Para don
Avelino, la enfermedad de Rafael y el hecho de que no pudiera regresar a La Trapa ya como fraile, sino
únicamente como oblato o persona laica consagrada, fueron pruebas divinas que
el joven hermano aceptó con alegría y confianza. La historia del muchacho apartado
por la enfermedad de la vida contemplativa que deseaba pese a sus constantes
intentos –hasta cuatro veces ingresó en La Trapa , la última sabiéndose moribundo, con apenas
27 años- es ciertamente trágica, sobre todo considerando el candor y la inocencia
que los escritos del joven dejan traslucir. Sin embargo, en el programa
desarrollado en las vidrieras no hay visos de tristeza. Naturaleza, monjes y
cruces.
Seguimos a don Avelino fuera de la iglesia
propiamente dicha, al vestíbulo que la une al atrio. «Todos los días, antes de
las misas, los sacerdotes recibimos aquí a los fieles para acompañarlos luego
al interior, al encuentro con Cristo, que está en el sagrario», nos explica don
Avelino. Efectivamente, cualquiera que se acerque por el templo en la mañana de
un domingo podrá ver a don Avelino, o a don Pedro, o a don Sebastián,
revestidos para el culto, saludando a los vecinos en la puerta, interesándose
por sus últimas vacaciones o por la salud de un familiar, encargándoles que
hagan la primera o la segunda lectura durante la misa. Desde el vestíbulo se
accede también a los despachos parroquiales y a la capilla que se utiliza para
las misas y rosarios diarios, más íntima y recogida que la iglesia y, por
tanto, más adecuada para devociones y prácticas piadosas. A tal efecto, preside
el altar un retablito dorado con la imagen barroca de la Inmaculada Concepción ;
su cabeza y manos son de una delicadeza italianizante. Sin duda, de lo más
interesante dentro del modesto pero ecléctico patrimonio artístico de la
parroquia. Don Avelino nos cuenta que, en su día, trató de conseguir la imagen
de María ante la que el hermano Rafael acostumbraba a rezar y que actualmente
se encuentra retirada del culto, muy deteriorada, en algún almacén arzobispal;
sin embargo, no le fue concedida.
Junto a la puerta de entrada de la capilla, unas
escaleras descienden a los amplios sótanos parroquiales. «No se debía construir
ni un solo centímetro que no fuera útil», remarca don Avelino mientras nos guía
por el subsuelo. «En el piso alto están la iglesia, la capilla, los despachos y
las viviendas de los sacerdotes. Debajo, hay un total de catorce salas, un
salón de actos, una sala de usos múltiples…». Una de las salas, de considerable
amplitud, está llena de sillas dirigidas hacia un altar improvisado contra una
pared. «La utilizamos para decir las misas ahora, durante el mes de mayo. Así
dejamos la iglesia para las Primeras Comuniones», explica Avelino. Las salas,
con aspecto de aulas antiguas, cumplen la fundamental labor de acoger la
catequesis de niños y adolescentes: la atención espiritual al barrio de Vista
Alegre para la que esta parroquia fue prevista.
Finalmente, salimos a la calle. Desde la puerta
de la iglesia se puede contemplar todo el parque de la Luz. Sin embargo, a los
pocos pasos, la silueta de una enorme cruz de 23 metros de altura
emerge desde el patio que rodea la cabecera de la iglesia. Obra de Estructuras
Marcos resultante de 32.000
kg . de acero y 400.000 kg . de hormigón
en base, la cruz, en la proa de la iglesia, semeja el timón de una nave. «La
cruz estuvo pensada desde el principio. No se entiende a Rafael sin la Cruz », recalca una vez más
don Avelino. Sonreímos para nuestros adentros al escuchar de nuevo el leitmotiv del párroco. Y, suponemos,
dentro de la iglesia, la media cara traviesa del santo sonriendo un poco más
también.
Carmen Baragaño